viernes, 29 de febrero de 2008

Segunda parte de "Sesión de cine"

De John Steinbeck.

...Las comunidades están organizadas para casos como éste. En el transcurso de unos pocos minutos, las escuadras de socorro habían empezado a trabajar. Los bomberos llegaron en seguida; todos estaban bien adiestrados. Los niños malheridos fueron transportados al hospital. Los muertos, apartados. Pero aquellos que todavía respiraban y se quejaban y lloraban fueron llevados a los médicos de servicio.

Toda la noche continuaron las operaciones. Las manos, brazos y piernas seccionados por las bombas fueron puestos a un lado. Los ojos, también. Los anestesistas trabajaron delicadamente contra el dolor, destilando insensibilidad en las máscaras. Continuó toda la noche la procesión de los heridos hacia el hospital. Los médicos trabajaron cuidadosamente, rápidamente. Rápidamente, se tomaron graves decisiones: éste no podrá vivir; a éste habrá que amputarle las piernas. Decisión y trabajo rápidos.

De los depósitos llegó plasma sanguíneo. Otras veces, se procedió a la transfusión directa.
Eran las nueve de la mañana cuando se acabaron las operaciones. En el cine continuaron todavía las agotadas escuadras buscando los cuerpos que pudieran quedar, mientras en las camas de los hospitales (largas tiradas de vendas cubriéndolos y los cansados e incrédulos ojos dilatados por el terror) yacían los pequeños blancos, los objetivos militares de siete años de edad.

Los obreros cavaron una gran fosa común para los muertos. Veronica Lake había brillado, deshaciéndose con el rápido relampagueo de la cinta al quemarse; de ella quedaban sólo los rollos de la película heridos. Las casas ya estaban preparadas por si tenían que llorar. En las calles todo estaba tranquilo. En un bar, un médico exhausto tomaba una bebida antes de irse a acostar.

Sus ojos estaban empañados por la tristeza; su mano temblaba al intentar acercarse su vaso de whisky a los labios.

Fin.

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