lunes, 15 de octubre de 2007

Fragmentos de un Western


Miró dentro de sí y reconoció la implacable e incontestable lógica en las palabras de quienes lo diseccionaban desde lejos. No había manera de mostrar el reverso de su piel, su alma y sus entrañas; la impotencia ante tal evidencia se hizo insoportable. Llamó entonces a la musa Paciencia y se aprestó a convivir con ella, entregándose en cuerpo y alma a sus designios.

Miró fuera de sí y se encontró con una larga hilera de interminables días que bailaban entre la tristeza más profunda y preciados momentos de tranquilidad y alegría. Encontró consuelo entre quienes lo observaban de cerca.

Miró hacia los dos lados de la carretera. En ninguno de los dos se vislumbraba ni gente, ni tráfico, ni pesado, ni ligero. Pero en uno de los lados el camino estaba agrietado, descuidado y lleno de espinas no llegadas ahí por casualidad; muchas las había puesto él. La vegetación había dejado de ser verde y aromática, formando un desolador paisaje digno de un viejo drama de cine Western.

Del otro lado el camino se tornaba borroso apenas unos metros más allá de lo que la vista alcanzaba a percibir; una especie de cortina de humo, tierra y recuerdos se empeñaba en cubrir el paisaje que se dibujaba en aquella dirección.

Absurdo volver los pasos hacia atrás; imposible no querer destruir por completo el viejo camino; imposible no querer meterse a través de la nube de polvo y seguir los impulsos internos que guiaban sus movimientos; imposible no querer incendiar el pasado y con sus cenizas abonar la nueva tierra y cuidar todos los frutos que de ella surjan.

Porque mucho más allá de la nube cegadora, apenas visible desde el lugar en que se encontraba, una tenue luz, suave como el reflejo de un faro sobre el agua y bella como la primera luz que ve el día, era ya suficiente motivación para que el corazón no se rindiera.

Aunque sólo fuera para mirarla más de cerca; aunque sólo fuera un espejismo.

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