martes, 25 de septiembre de 2007

¡UTA!







Acabo de cumplir tres años fuera de mi país. El 24 de septiembre. Y lo único que se me ocurrió pensar fue: ¡PUTA, cómo corre el tiempo!

Los cumplí bien cobijado por las olas de Donosti y la presencia de dos seres sin quienes en estos momentos no podría estar de pie…ellos saben quiénes son: sus nombres empiezan con D y con F y terminan con O y con A.

Para mí es un patético lugar común eso de decir: “no me arrepiento de nada” y por eso no lo voy a decir, porque además, ni lo creo. Me arrepiento de muchas cosas, pero al mismo tiempo estoy tratando de digerir con inteligencia esas cosas, porque me ayudan a ver mucho mejor y sin dudas las orillas a las que quiero llegar algún día. No puedo hacer nada contra esto; mi mirada se dirige hacia otros destinos que nada tienen que ver con Penínsulas.

Y junto al arrepentimiento también echo la mirada hacia atrás y me siento muy orgulloso de infinidad de cosas que sé que hice bien, hasta el punto de decir que son amplia mayoría.

Ni ganas de enumerar unas y otras…, “Pa qué” diría mi abuela. Baste con decir que ahí, en Donosti, perdido entre películas, recuerdos y amigos y mirando hacia el Cantábrico, una lágrima, una sola, cuya caída se topó con el salado metal de “El Peine del Viento”, logró supurar algunas heridas, aunque muchas otras quedaron abiertas tan sólo de pensar en lo pequeños que somos frente a otras fuerzas que ni siquiera deberíamos atrevernos a comprender y únicamente nos toca disfrutarlas, sufrirlas, sentirlas. Como el oleaje; como el amor.

Ahí, junto al alma de Chillida, las olas rompen una y otra vez contra las rocas, construyendo una maravillosa y poderosa estampa de agua, aire, viento y vida, pero al mismo tiempo van destruyendo poco a poco aquello contra lo que chocarán incesantemente incluso cuando nosotros seamos un viejo recuerdo para algunos.

Cualquier tonto lo sabe: es más fácil destruir que construir. Aquellas olas construyen mejor de lo que destruyen. Me gustaría ser como esas olas y propiciar día tras día hermosos paisajes allá donde mi aliento llegue y nunca significar la destrucción de nadie.

PD. No pude evitar la tentación y por eso van dos fotos. En la segunda sentimos en nuestras partes la furia del aire donostiarra gracias a un gran invento vasco: Unos tuneletes que redireccionan desde el mar el soplido de las olas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta leerte....te espero para una birra....."Luis"

Anónimo dijo...

Yo envidio la creencia de esas olas , por que saben que siempre ,luego de romper, detras otra viene.
Y por que el aire que generan acarician las cosas hermosas de la tierra.