martes, 18 de diciembre de 2007

París. El frío y la sangre






En la primera foto (justo arriba de estas líneas), Álvaro, mi hermano, con 27 años; París y yo lo acompañamos detrás, en el Louvre.

Así voy a recordar el final de este extraño (y aleccionador) 2007: mi hermano guiándome por las calles de la capital de Francia, por las calles de sus cementerios, por los pasillos del Metro. Porque por donde sea que haya que guiar en esta vida, mi hermano es una garantía, y apenas tengo palabras para agradecerle su compañía, sus consejos y su humor en esta etapa de mi vida.

En París nos pegó el frío, pero se mitigaba con la sangre que (orgullo decirlo) compartimos en nuestro interior. Sin olvidar el minidocumental que hicimos de la muerte de Diana (je) y las decenas de anécdotas y charlas que acumulamos esos cuatro días de diciembre en París -por primera vez Álvaro y yo ahí-, la que él definió como: "La Ciudad más bonita del Planeta".

Era, fue el viaje del festejo de la tesina; del actual cierre europeo; de caminar como posesos por museos, jardines y monumentos espectaculares y de la eterna Torre Eiffel, los Champs-Elysees y las Galerías Lafayette en sus mejores versiones navideñas. Y más allá de algunos problemas con la adjudicación de las camas en el hostal, nos fue de puta madre. De puta madre.

Qué bien hace París si uno se quiere reconciliar con lo bello; si uno quiere pensar; si uno quiere mirar hacia atrás y hacer balance de lo hecho y lo no hecho; si uno quiere agarrar vuelo para lo que viene; si uno quiere enamorarse o seguir enamorado; si uno quiere estar con los suyos; si uno quiere cerrar un capítulo y abrir otro; si uno disfruta de los quesos buenos; si uno es fan de los croissants; si uno se la lleva bien con su hermano; si uno se siente triste; si uno se siente contento; si uno extraña a los amigos que adora de uno y otro lado del Atlántico; si uno está emputado porque los Pumas perdieron la final; si uno se siente solo; si uno se siente acompañado; si uno se siente desesperado; si uno tiene esperanzas; si uno disfruta viendo el Sena y lo ha recorrido en barco con buena compañía; si uno ama el francés y si uno se promete que volverá a París todas las veces que sean necesarias.

Álvaro con 27; yo con 30. París no se acaba nunca.

(Con perdón de mi tocayo Vila-Matas).

2 comentarios:

Lexéemia dijo...

¡Qué guapos, lindos y hermosos lucen los hermanitos!
Chale! Qué mal pedo que se tenga que ir uno para que los que estamos acá podamos disfrutar del otro. Ni pedo!
Les envío un saludo a ambos y un abrazo fuerte.
Cuídensen mijos...
Oye Álvaro... cuá era la palabra esa súper linda y útil en toda ocasión?

El Corazón de Chiara dijo...

Te lo dije, pero ahora te lo escribo: que chidas fotos y que bonito escribes!

Gracias por acompañarme en este cumpleaños, me hicieron el día, de verdad los quiero un montón!!

Te voy a extrañar tanto cabronsete!