miércoles, 22 de julio de 2009

Escenas de Aeropuerto


Lo bueno de un aeropuerto, es que te recuerda los viajes.

Sentados donde se pudiera, gracias a la escandalosa falta de asientos en el aeropuerto de esta noble ciudad, escuché cómo mis padres reiteraban su agridulce relación con él. No lo aborrecen, pero se pusieron a sacar cuentas y ya acumulan una racha de cinco años en la que ese lugar les representa separarse de alguno de sus hijos que se larga de pata de perro a Barcelona.

Este lunes fuimos por Adolfo (el hermano que regresó de su periplo barcelonés) y si hay algo que me encanta del hecho de compartir tiempo y espacio con mis progenitores en el aeropuerto, es que puedo verlos tal como son –para lo bueno y para lo malo– porque como ni siquiera lo intentan disimular, sacan a flote sus personalidades de una manera que, para mí, el primogénito, resulta muy divertida.

Lo importante de este post no es airear sus costumbres en internet, sino poner por escrito (para recordarlo en muchos años si hace falta y si aún existe internet para leerlo) lo bien que me llevo con ellos, lo fácil que puedo charlar con mi papá ¡por fin! después de años de desérticos diálogos del tipo: “mmmhh, sí, hum… sí… cuídate, hum, bueno, suerte... esteee… luego hablamos…jum…” y subrayar la facilidad con que sigo haciéndolo con mi mamá desde que tengo uso de razón.

Es un placer tener un diálogo con los dos. Son muy inteligentes, bastante abiertos (aunque el tema de lo gay en este mundo le incomoda un poco a ambos y tienen cierto respeto por Hugo Chávez, qué le vamos a hacer), tienen un sentido del humor bastante desarrollado, aunque sumamente ñoño a ratos, pero capaz de dilucidar rápido un buen comentario negro y, sobre todo, lo que más les admiro, es que son muy buenos para escuchar.

Él es el duro, el jefe, el racional, el que apenas sonríe. Pero en cuanto apareció Adolfo con sus maletas, sonrió, lloró y lloró y le besó la cabeza varias veces.

Ella es la ecuánime, la sentimental y la que no se guarda un solo sentimiento, así que en cuanto salió Adolfo, lloró y lloró y le besó la cabeza varias veces, y fue la que le preguntó: “¿cómo te fue?” Mi papá no podía preguntarle nada porque tenía un nudo en la garganta y le temblaban los labios y las manos de la emoción.

Así de duro es. Y cuando lo veo así, recuerdo que soy su hijo.

3 comentarios:

JULY dijo...

qué bonito post...
1. Hay momentos y lugares en donde nos sale "el verdadero yo", sin que haya nada con lo que podamos esconderlo. Ejemplo: July en Liverpuuul, Enrique en el Camp Nou, papá de Enrique en la bienvenida de Alfonso...
2. Por la descripción en el post me doy cuenta que tienes la mezcla perfecta de papá y mamá...

enriquej dijo...

Sí, soy un coctel gonzalezramiriano bien cabrón, mezclado, no agitado.

Por cierto, se llama Adolfo...

JULY dijo...

JAJAJA.. se me confundió el finger