domingo, 26 de agosto de 2007

Frío

Justo cuando comienzo a sentirme alejado de ella, esta ciudad se empeña en mostrarme que nos entendemos.

Es agosto y el frío en Barcelona es algo que nadie esperaba, pero así es, está haciendo frío, y el que yo tengo es de los buenos. Por más que lo viniera venir eso no impidió que calara muy, muy hondo en los huesos, que se metiera en piernas y brazos y me obligara a buscar a cada paso un poco de ese sol que tan negado ha estado estos días en esta parte del mundo.

Unos días antes de que a la ciudad y a mí nos golpeara esta onda gélida (en el caso de Barcelona inmerecida, en el mío no) hubo algunos días soleados, de buen ver, hasta alegres me atrevería a decir; pero no duraron…

Poco a poco la ciudad y yo vamos recuperando el calor, la esperanza en que lleguen días menos grises y menos tristes; no puedo hablar por ella, pero a mí me está costando mucho más, estoy seguro, pero no me quejo, al contrario, hay etapas en las que lo mejor que te puede pasar es que te manden directito hasta la cueva más fría de tu interior, de golpe, sin gorro, ni chamarra, ni calcetines, ¡nada!

Estar ahí no se lo deseo casi a nadie (a Bush o a Calderón no les vendría mal). La cueva es oscura, húmeda, casi no puedes -ni quieres- moverte. Y el dolor que viene con el frío es devastador. Y lo peor es que sabes que tú solo te ganaste llegar ahí. Cada lágrima que hiciste derramar en otros aparece en tu cara, una por una.

Cuando cometes una estupidez el primer afectado no eres tú, evidentemente. Son otras personas las que pagan por tus errores..., pero el tiempo es sabio con las estupideces y no tarda en pasarte la factura. Qué días y qué noches tan largas cuando la conciencia de tus actos te los recrimina una y otra vez y no tienes más remedio que callarte y lidiar con ellos porque sencillamente tú los propiciaste. Si alguien te lleva entre las patas con sus errores, lo puedes putear todo lo que quieras; pero cuando eres TÚ el que se da cuenta de SU error nunca te alcanzan las palabras ni las horas para autoputearte. Cuando terminas de autoputearte, el aprendizaje ha sido enorme y tú ya no serás jamás el mismo.

Y si finalmente logras salir de esa cueva de la que hablaba (y en esas andamos) la esperanza en lo que te depara el futuro -sea lo que sea- no sólo se conserva, sino que se fortalece y comienza a irrigarte las venas hasta que las fuerzas vuelven a tus brazos, hasta que puedes volver a dormir más o menos bien y hasta que el dolor en el pecho se vuelve medianamente soportable y eres capaz de sacarlo contigo de vez en cuando a la calle. Las mejores causas son las que merecen la pena ser luchadas, piensas.

Escribo todo esto mientras le doy la vuelta al reloj de arena. La cuenta atrás ha comenzado. Estoy harto de la sensación de cuerpo partido que me acompaña desde hace meses y ya me he conjurado con la gente que quiero para emprender el viaje de retorno…, pronto, muy pronto.

Barcelona y yo casi siempre nos hemos entendido; ahora hasta sentimos frío y calor al mismo tiempo; no le debo nada, ni ella a mí.

Barcelona y yo hemos empezado a despedirnos.

2 comentarios:

El Corazón de Chiara dijo...

Barcelona siempre estará para tí, así como la gente que te queremos un chingo mijo.
Ánimo!!

Lexéemia dijo...

¿Qué? ¿Ya vienes de vuelta? *_*